El club del buen lector

Al candidato que desea formar parte de nuestro Club del Buen Lector, se le exigen tres condiciones inexcusables cuanto menos. La primera y fundamental es que disponga de todo el tiempo vacío del mundo. La mayoría, ya aquí, nada más empezar a ser sometido a las pruebas de acceso, se echa para atrás. ¡Es imposible!, arguyen confundidos. Tengo un trabajo, le debo unas horas de mi vida al día. Mal empezamos. La segunda, que sean absolutamente incapaces de aburrirse durante sus variadas lecturas. Muchos, por lo bajo, reconocen haber bostezado ante el 'Ulises' de James Joyce. Son expulsados sin contemplaciones, no por el tedio que les haya podido generar, sino por haber insistido en su lectura cuando, a todas luces, no era el momento. La tercera condición a veces ha generado polémicas, incluso entre los más veteranos del club y se halla en constante revisión. Muchos neófitos se quedan sorprendidos al recibir la noticia de no haber superado esta tercera prueba. ¿Cómo que no? En términos generales, consiste en saber elegir el lugar idóneo para iniciar una lectura determinada. No se exige, entiéndase bien, que todos los libros deban leerse en un mismo entorno geográfico o adoptando una postura concreta. Tampoco de que una obra en particular deba ser leída de arriba abajo en un mismo sitio. Hablamos sólo del comienzo, del arranque. Cualquier lectura se puede rematar en el suburbano, por ejemplo, o en el autobús, pero no todos admiten ser abiertos por su primera página en dichos medios de transporte. No hace mucho tiempo tuvimos un caso así. Una mujer que ya estaba a punto de ser admitida como socio cometió el desliz de empezar a leer el libro que se acababa de comprar -"El hombre sin atributos"-  mientras esperaba de pie, en el andén, la llegada del convoy. Nos llevó a juicio y lo perdió. Además tuvo que pagar las costas. "Constituye una falta de respeto de tal calibre comenzar un Musil de manera displicente, que la demandante agradecerá, sin duda, a este tribunal que no la multe, como debiera, con la entrega de su ejemplar de "El hombre sin atributos" (tres volúmenes en rústica)", rezaba la sentencia final.

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