Las Majas

La distancia que media entre el despacho de Godoy y las dependencias donde Francisco de Goya y Lucientes da los últimos toques a la Maja desnuda es de unos trescientos metros pero el pintor posee un oído privilegiado y una genial intuición. “¡Rápido, vístete y hazte la dormida!”. La duquesa se pone lo primero que encuentra y se vuelve a tumbar en el diván. Francisco cierra la puerta con llave y se pone a mezclar colores como un poseso. Godoy, al principio, llama solo con los nudillos, quedamente, como si temiera que su aragonés pudiese perder la concentración, pero al percibir ciertos estertores como de placer, provenientes del interior del taller del maestro, pierde la compostura y aporrea la puerta mientras grita un “¡abrid inmediatamente si no queréis que eche la puerta abajo!”. Tras una última pincelada que el pintor espera no desentone demasiado del resto, se dirige a la puerta y abre. “¡Ah, sois vos!, pasad, pasad, pero no despertéis a la duquesa” La duquesa de Alba, en efecto, ronca apaciblemente con las manos apoyadas en la nuca. “En cuanto le hube delineado los ojos, se quedó frita, la pobre. Mirad, mirad qué sonrisa tan angelical” “¿No me oíais llamar a la puerta?” pregunta el favorito, todavía con la mosca tras la oreja y “¿cómo soportáis esos ronquidos?” “¿Qué ronquidos?” inquiere a su vez el sordo de la Quinta.”¡Pobre maestro! Bueno, mientras no se me quede también ciego”, piensa Godoy mientras se gira para observar la obra recién terminada. Aunque alaba los colores y matices del extraño atuendo de la retratada, algo no acaba de cuadrarle. Goya deja el pincel disimuladamente sobre la mesita auxiliar porque el miedo a ser descubierto ha hecho temblar visiblemente su mano derecha. La duquesa de Alba finge despertar en ese momento. “Se me han dormido los brazos”. Godoy aprovecha las friegas para besarla apasionadamente. “Veamos con qué nos sorprendéis esta vez, Maestro” dice la duquesa al tiempo que se levanta del diván y rodea al pintor por detrás mientras le acaricia disimuladamente el culo hasta ponerse frente al cuadro. “Lo habéis vuelto a conseguir –sentencia- es pero no es el vestido que llevo puesto” “¡Ah, claro! –se dice el ministro- era eso. Y yo sospechando”. Mientras Francisco de Goya, mucho mas tranquilo ya, va metiendo los pinceles en disolvente, la duquesa y Godoy se ponen a cuchichear hasta que él estalla en carcajadas. “Pídeselo, anda amorcito”. “Maestro –accede Godoy- con la aquiescencia de la duquesa me atrevo a proponeros un tema para vuestra siguiente obra. Me gustaría disponer de un retrato para mi exclusivo solaz –sonríe malicioso el amante de la reina- exactamente igual a éste pero con el vestido de Eva antes de entregarle la manzana a Adán”. “Lo que vuecencia disponga”, responde Don Francisco de Goya y Lucientes, mientras piensa para sí: “Pero que putón verbenero estás hecha, duquesita”. Ella le devuelve la sonrisa.


Acuarela gentileza de Camelia Davidescu

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